NO SOMOS TAN MODERN@S
Sorprende el viaje que
emprenden algunas palabras desde su adopción. Algunas nacen, mueren… incluso
reviven ¡y se reencarnan! El término “arroba”, tan de moda hoy gracias a las
redes sociales, entró a formar parte de la lengua castellana casi desde sus
orígenes, con el significado de “cuarta parte”, aplicado como medida de peso y
de capacidad (aproximadamente once kilos y medio en Castilla).
A causa de su uso
frecuente en documentos mercantiles, se llegó a la abreviatura con el signo «@»,
leído como «arroba». El símbolo fue adoptado por el inglés y otras lenguas como
abreviatura de distintas formas que empezaban por la vocal «a».
A finales del siglo XIX
se incluyó el símbolo «@» en el teclado de las máquinas de escribir. Un siglo
después, el programador informático Ray Tomlinson lo eligió para integrarlo en
las direcciones de correo electrónico por el hecho de que en inglés se leía
como «at», lo cual venía al pelo para indicar el lugar en que se alojaba
el correo de un usuario. En España lo leemos, volviendo a su origen, como
«arroba». De este modo se reencarnó una palabra desahuciada. El hecho de que lo
utilicemos en Twitter® o como morfema gramatical de género masculino y femenino
simultáneamente (un uso desaconsejado, según recoge el Diccionario
panhispánico de dudas), no nos convierte, ni mucho menos, en modern@s.
(Extractado de La
maravillosa historia del Español, Francisco Moreno Fernández, ed. Espasa).
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