Dada la festividad de hoy, nuestro profesor de música, Roberto Á. González, ha querido compartir con nosotros unas líneas:
Sor Antonia Serrano, nuestra
añorada bibliotecaria —no fue esa su única ocupación en el colegio, pero todos
la recordamos entre anaqueles coronados por la enciclopedia Summa Artis, su
joya más valiosa—, vino a abrirme los ojos sobre la vida de Cecilia de Roma. Yo
andaba buscando documentación fiable para escribir unos versos que explicasen
en tono sencillo y poco dogmático los milagros que habían atesorado algunos
miembros del santoral, y ella, siempre solícita —«no hay cultura sin lectura»
era su adagio de despedida cuando alguien abandonaba la biblioteca—, encontró
un librillo en el que se relataban de forma breve las vidas de algunos santos. Me
interesaban especialmente aquellos que hubiesen mostrado habilidad para la
música, pues mi proyecto consistía en versificar y armonizar sus biografías. Así
fui haciendo mi selección particular, encabezada por Santa Rosa de Lima que,
según decían, cantaba y tocaba la guitarra con tanta sensibilidad que las
flores cantaban con ella. San Antonio María Claret, Santa Teresa, San Antonio
de Padua, San Francisco de Asís, San Eugenio de Toledo, San Francisco Solano, Santa
Beatriz de Silva y San David, Rey, se agregaron al elenco hagiográfico por sus
demostradas dotes como intérpretes de diversos instrumentos o sus inspiradas
composiciones.
Si bien resulta confusa la
relación entre Cecilia de Roma y la actividad artística de la que es protectora
—según se dice, por culpa de traducciones poco fiables cuando no directamente erróneas
de la palabra organis—, lo cierto es que Santa Cecilia se erigió en
patrona de los músicos, ya fuera por su voz canora o la inventada habilidad de
sus manos como organista. El error, hoy aceptado como tal, propició su entrada
en el santoral.
Sea como fuera, el papa Gregorio XIII
la canonizó en 1594 y le dio el nombramiento oficial de patrona de la música por
«haber demostrado una atracción irresistible hacia los acordes melodiosos de
los instrumentos. Su espíritu sensible y apasionado por este arte convirtió así
su nombre en símbolo de la música». Se le adjudicó el 22 de noviembre —no está
claro si la fecha corresponde a su nacimiento terrenal o a su muerte,
considerada como nacimiento a la vida eterna—, día en que los músicos la
recordamos y honramos.
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